
Criar sin estereotipos de género: ¿por dónde empezamos?
En los últimos días se ha publicado un estudio sobre estereotipos de género en series infantiles que ha dado bastante de qué hablar.
Entre otras cosas, algunas familias destacan que esos títulos no son los únicos, y se han puesto manos a la obra a agrupar otros productos audiovisuales más afines con esta visión de la sociedad.
Es llamativo, no obstante, que los que resultan más populares sean también los menos “controvertidos”, en el sentido de que reproducen de forma más tradicional los esquemas a los que estamos acostumbradas.
La cuestión de pantallas sí, pantallas no es también una que se entremezcla en este tema; escribiré sobre ella en otra ocasión, porque me parece que tiene bastante tela que cortar más allá de lo evidente (mi opinión empieza con una pregunta: ¿por qué se les ponen pantallas a las criaturas? Sin entender eso es complicado seguir avanzando en lo demás).
Pero en esta ocasión de lo que quiero hablar es de todo lo que pasa fuera de la pantalla. Porque es bastante fácil señalar a la cultura audiovisual, a la industria de la moda o a quienes diseñan los juguetes, pero, ¿dónde aprenden las criaturas los estereotipos de género?
¿Cómo es nuestra familia?
Sería fantástico que las personas aprendiésemos solo lo que se nos dice… pero lo habitual es que aprendamos, sobre todo, lo que vemos.
Si hay discrepancias entre lo que se dice (“no hay ropa de chicas y ropa de chicos, eso es una tontería”) y lo que se hace (se hereda la ropa entre familias… siempre y cuando el género de la criatura coincida), es frecuente que lo que se asimile como cierto es lo que se ve, lo que se palpa, y no tanto lo que se piensa.
En familias heterosexuales, ¿se portan igual ambos miembros de la pareja? ¿Hay tareas que no se reparten porque “eso siempre lo hace tu padre” o “eso mamá lo hace mejor”? ¿En casa papá siempre viste tonos neutros y los colores son solo para mamá? ¿Quién “se arregla” cuando hay un evento? ¿Cuánto tiempo libre tienen las adultas de nuestro alrededor y en qué lo emplean?
La familia no es solo el núcleo inmediato: también la compone la familia extensa. Sigamos con los estereotipos: el “cuñado” o la “suegra”, ¿qué papel juegan en todo esto? Si en las comidas familiares las mujeres se dedican a organizar, atender y servir y los hombres a monopolizar la conversación, ¿qué están aprendiendo las criaturas?
¿Cómo nos relacionamos con las criaturas?
Desde antes de nacer, ya hay estereotipos de género mediando en la relación que tenemos con un bebé. De hecho, muchas personas se ponen muy nerviosas cuando la familia elige no saber el sexo del bebé hasta que nazca.
Se trata diferente a una mujer embarazada según el sexo del feto. Existen incluso “nociones populares” como que las niñas producen más malestar en el embarazo, “colaboran menos” en el nacimiento y por tanto implican peores partos… La misoginia empieza muy, muy pronto.
No es extraño que incluso desde una voluntad de criar sin estereotipos de género se produzcan ciertos duelos ante la noticia de que el bebé no es del sexo que se deseaba (un duelo a veces muy difícil de asumir por lo contradictorio que resulta frente a los principios… pero ay, las emociones con frecuencia son “inoportunas”, contradictorias y aparentemente ilegítimas, y aun así requieren atención).
¿Qué clase de comentarios se hacen sobre el aspecto de la criatura en función de si es niño o niña y de cómo de fielmente se rija por las expectativas sobre ese género? ¿Qué se le dice a un niño que lleva el pelo largo o a una niña que no soporta los vestidos?
Con frecuencia, para halagar a un niño se habla de su fortaleza o su inteligencia y de una niña se destacará su belleza. Y esto será consistente con lo que los adultos le señalen también sobre papá y mamá: seguramente de mamá se remarque lo buena y dulce que es, y de papá lo divertido, ¡o incluso la “suerte” que tiene de que se implique en su crianza y educación!
¿Qué se encuentran en clase?
Incluso si tenemos una familia donde los roles de género no se siguen, donde hay una corresponsabilidad real y la red en torno al núcleo familiar es consistente con esos principios, esto se complica al llegar a la escuela; igual que se complica cualquier otra cuestión relativa a los valores.
La escolarización es la primera gran lección de diversidad, porque no se trata solo de “ver” y “conocer” a familias que se rigen por otras normas y principios, sino de generar con ellas una convivencia real y continuada; y esto es extraordinariamente difícil a todos los niveles, como se ve en cuestiones relativas a las diferentes confesiones o como hemos comentado recientemente a raíz de la polémica en torno al veganismo.
Va a ser imposible resolver la contradicción si las criaturas no saben, cuanto antes, que existen maneras radicalmente diferentes de ver el mundo y de comportarse en él en función de dicha visión. Si se cree que lo que hay en casa es “lo único”, entonces cuando choque con lo que le han dicho sus amistades en el recreo va a haber un problema mayor que si se asume que “otras personas creen que… pero en nuestra familia hemos preferido… y cuando tú seas mayor también tendrás que decidir cómo quieres hacerlo”.
¿Cómo juegan en el parque?
La forma en la que esperamos que se comporten influye no solo en las relaciones continuadas, sino también, y de una forma particular, en las interacciones esporádicas.
A menudo, precisamente porque no son “amistades”, no son relaciones a largo plazo, cuando las criaturas coinciden de forma puntual con sus iguales no estamos tan pendientes de qué clase de comportamientos se están dando y qué implicaciones tienen.
Pero que los niños sean quienes dominan los toboganes o acaparan los columpios, que a las niñas se las obligue a compartir sus juguetes con más frecuencia, que se admitan dinámicas de juego agresivas con más facilidad si las protagonizan niños o que a las niñas se les exija más habitualmente que tengan paciencia o se autorregulen emocionalmente cuando algo no les gusta marca de forma consistente, al sucederse una situación excepcional con otra, cómo se espera que estén en el mundo y se relacionen con las demás personas unas y otros.
En definitiva: exactamente igual que con tantas otras polémicas (las pantallas, ¡la comida saludable!), la mejor forma de evitar que aprendan aquello que no nos gusta es… ejemplificando de manera constante las alternativas, más que verbalizándolas.
Ojalá fuera tan fácil como no ver televisión o elegir mejor los contenidos.
Etiqueta:crianza, diversidad familiar, estereotipos de género, masculinidad