
Maternidades precarias, de Diana Oliver – No eres tú, es el sistema
El año pasado por estas fechas di un paso adelante y me atreví a presentar un proyecto de libro.
Para alguien que lleva queriendo ser escritora desde antes de saber escribir (le dictaba los cuentos a mi madre), quizá tardar casi 40 años en hacerlo resulte extraño, y quizá resulte aún más extraño que, un año después, aquel proyecto siga teniendo solo 25 páginas…
Pero es que “una madre que escribe es una madre culpable”, que dice Labari (cita con la que se abre mi tesis: el otro gran documento que sigue sin avanzar); y cada página completa parece pesar en la conciencia.
Y hasta ahora a nadie había leído describir tan bien ese ciclo como a Diana Oliver, la periodista autora de Maternidades precarias.
La maternidad me desborda: culpable
“La culpa es un trozo de mar. Avanza, retrocede, revuelve, ahoga. Articula su propio lenguaje. Se alimenta en las orillas de tus deseos, de tus frustraciones, de tus expectativas”.
De culpa hablaba también en la reseña de Palabra de madre, de Ibone Olza; y en la reflexión que hice sobre las “madres mártires” a partir de Madres: un ensayo sobre la crueldad y el amor de Jacqueline Rose.
La culpa es la emoción que más escucho nombrar a las madres que acompaño, a las madres con las que me relaciono, a las madres a las que leo en “mis ratos adultos”, esos 15 minutos de Twitter robados entre una obligación y otra; y que para mí son tan indispensables como el aire porque en cada una de sus frases, retumban otras:
No lo podríamos estar haciendo mejor.
No tiene que ver con nuestras ganas ni con nuestros talentos.
Los días tienen 24 horas.
Estamos cansadas. Exhaustas.
Y el problema es que no sabemos hasta cuándo.
Estoy agotada y necesito vacaciones combinan regular con soy autónoma y soy madre.
— Diana Oliver (@Diana_Oliver) June 20, 2022
La maternidad me ha cambiado: culpable
Curiosamente estas reflexiones no salen de madres arrepentidas (o no siempre).
Muchas veces quienes más desbordadas se sienten son precisamente aquellas que más gratificación llegan a encontrar en su nuevo rol como madres… porque de pronto lo que les sobra es todo lo demás.
No es extraño que al encontrarnos con una criatura en brazos tomemos consciencia por primera vez de nuestra enorme vulnerabilidad, y que eso nos haga pensar sobre ella… y para muchas personas esto está teniendo un efecto importante de reclasamiento.
Estas semanas se publicaban varios artículos a raíz del estudio de Save The Children sobre el coste de criar a cada descendiente, y el escándalo que nos suponen estas cifras tiene mucho que ver con que, aunque queramos negarlo, en estos contextos de precariedad aumentar la familia multiplica el riesgo de pobreza.
Y lo terrible es que no es lo mismo lo que estás dispuesta a sacrificar tú que lo que quieres sacrificar por tu peque.
Tomar consciencia, de pronto, de que la ciudad en la que vives no es habitable es un shock. Darte cuenta, de pronto, de lo cerca que estás de no poder alimentarte en condiciones (¿qué vamos a hacer con la subida del precio de la fruta?) es un shock.
Repensar tu vida desde esta consciencia de que eres vulnerable y de que debes defenderte es un shock; y uno al que a menudo no puedes atender porque no tienes tiempo material de dedicarte a recolocar tus ideas entre el trabajo remunerado y el de cuidados.
Desde que soy madre no me cuido: culpable
Y cuando todo esto genera un malestar insoportable, las respuestas que se reciben son que “hay que ser un poco más egoísta” y que “tienes que cuidarte más”.
Un concepto de autocuidado que es, como casi todas las soluciones que se nos proponen en este marco neoliberal, “comida rápida”: masajes en los pies, mascarillas para la cara, comprar ropa para “volver a verte bien”, salir a cenar con tus amigas, pueden ser soluciones que te encajen…
O puede que no: porque tu cuerpo ahora te importe desde una perspectiva mucho más funcional que estética, porque te parezcan lujos superfluos, porque te caes de sueño a las 7 de la tarde y realmente no te puedes permitir saltarte el horario que ahora te marca tu criatura; o directamente porque no te lo puedes permitir (a menudo un obstáculo para acceder al acompañamiento profesional).
Cuidarse raras veces es “buscar redes de apoyo en el barrio”, hablar con alguien que se sienta como tú, conseguir que te escuche alguien que reconozca tu dolor y que te diga que sabe lo difícil que es, lo que te estás esforzando, y que, aunque no lo parezca, estás haciendo lo mejor que puedes con los recursos de los que dispones y que quizá no todo salga bien, pero que al menos estás poniendo de tu parte para que salga lo mejor posible.
No soy la madre que prometí ser: culpable
Juzgamos la decisiones de crianza como si fuéramos libres para tomarlas
— Silvia Nanclares (@silvink) June 1, 2022
Tú que ibas a encargarte de que toda la comida fuera orgánica ahora tienes que tirar de precocinados y repites menú semana tras semana porque no te da la vida para sentarte a planificar las cenas.
Tú que ibas a coger excedencias y a reducirte la jornada para disfrutar del tiempo de la crianza temprana estás echando horas extra sin parar porque sin ellas no llegas a final de mes.
Tú que no ibas a dejar que criar afectara a tu carrera profesional (hola, Rafa, yo era así también, un beso) te preparas unas oposiciones del nivel más bajo con el que puedes subsistir porque tus prioridades no tienen nada que ver con las que eran.
Tú que no ibas a permitir que la crianza se robara el romanticismo hace meses que solo hablas con tu pareja para daros el relevo y estás deseando pasar una “noche de novios” pero en las dos últimas habéis terminado en urgencias con un virus de guardería y ahora ya no te atreves ni a intentarlo.
Y así todas.
Pero, no nos engañemos: ni el trabajo que tienes, ni lo que necesitas para vivir, ni la alimentación que seguís, ni el tiempo de que dispones para establecer hábitos sanos (ejercicio, contacto social) o para desarrollar esos proyectos de autorrealización que no paras de posponer (ay, mi tesis; ay, mi libro) tienen tanto que ver con tu capacidad de organización, con tu talento, con tu esfuerzo como con los recursos de que dispones: tu situación económica de partida, tus apoyos (públicos y privados); el sistema, en fin.
Leed a Diana: hace una descripción tan exhaustiva de todo esto que es muy difícil sostener el engaño de que depende de una; y eso puede ser frustrante… pero también es muy liberador.
Así que no nos machaquemos más. Vendrán tiempos mejores y es muy probable que para ello tengamos que pelear muchísimo, y hacerlo juntas. Así que dejemos de gastar ni un ápice de nuestra preciosa energía en machacarnos con lo que “tendríamos que hacer”; pensemos más bien en lo que podríamos hacer, e imaginemos no una versión mejor de nosotras mismas, sino del mundo en que estamos maternando.
A ver qué tal se nos da desde ahí.