
Palabra de madre, de Ibone Olza – Culpa, desobediencia y ternura
Me resulta imposible ser objetiva con el trabajo de Ibone. Cómo serlo cuando gracias a su labor docente has descubierto una ilusión profesional y llenado tu maletín de herramientas para poner en práctica otra forma de mirar el inicio de la vida.
Por eso, esto no pretende ser una reseña al uso. Como otras lectoras, prefiero adaptarme a su estilo epistolar y responder a esta carta abierta que es Palabra de madre.
Querida Ibone;
Te he escuchado decenas de veces preguntarte por qué les ha pasado a los bebés. Tanto, que he llegado a verte como la voz que defiende a mi hijo, que devuelve mi mirada hacia él cuando se me pierde en las cuestiones adultas.
Seguramente ha sido esa sensibilidad, ese talento para descifrar el lenguaje de los bebés, para ponerte en su piel y percibir el mundo desde sus sentidos lo que me ha hecho sentir tanta admiración hacia ti; más incluso que tu enorme conocimiento o tu energía como activista.
Cuando estudiaba con vosotras me encantaba ver a mi hijo escucharte boquiabierto, sonreír hacia la pantalla cuando eras tú la que hablaba. Confieso que a veces sentía cierta envidia de lo bien que le caías. Una madre siempre tiene confesiones que hacer, ¿verdad?
Cuánta de esa envidia tendría su origen, en realidad, en que parte de mi incapacidad de adoptar su mirada me estaba impidiendo verme a través de sus ojos. Me identifico completamente con esa sensación de que “(mis hijos) me querían de la manera más bonita que se puede querer, pese a que a mi me venía grande su amor.”
Creo que es la primera vez que me asomo a esa sensibilidad desbordante, a ese conocimiento tan rico, desde el otro lado. Desde tu rol como profesional y tu vivencia de madre, resignificando aquel. Y probablemente por eso es la primera vez que siento que no solo te admiro, sino que también, en ciertas cosas, consigo comprenderte.
Yo también, al ser madre, he dejado de entender mi forma anterior de habitar este mundo, que parece tan distinto cuando se mira desde la perspectiva de aquellos a quienes se lo guardamos. He visto brechas que no veía, me he indignado con cosas que antes ni siquiera me llamaban la atención.
Si la maternidad es tan creativa es seguramente por ese potencial para ayudarnos a decir: “hasta aquí hemos llegado”. Si duele tanto es, seguramente, porque nos mueve a romper las cadenas que no queremos que les pesen a nuestras criaturas.
Yo también, como madre, me he sentido cómplice de violencias que me parece cada vez más urgente erradicar: porque quiero que la vida de mi hijo esté libre de ellas.
Yo también, en mi maternidad, me he chocado de bruces al intentar saltar el trecho entre mi vida anterior y esta nueva etapa, que de cerca era más profundo y más escarpado que como se veía en las fotos…
Y, por supuesto, yo, como tantas otras madres, me he mirado al espejo y me he sentido insuficiente para la gigantesca labor que, ahora sí, una vez en faena, era consciente de estar acometiendo. Yo también me he sentido culpable, a mí también me ha sabido a poco eso de ser “suficientemente buena”.
Me ha resonado con fuerza esa sensación de que el conocimiento que iba acumulando (de nuevo: gracias a ti en primer lugar) me dañaba.
“En lo personal, el conocimiento también me trajo, cómo no, de nuevo este lamento: «¡Ojalá hubiera sabido todo lo que sé ahora cuando me convertí en madre!». Pero sé que de nuevo mi juez implacable está tendiéndome otra trampa. ¡No! No quiero seguir por ahí. Me digo: «Lo hice lo mejor que pude, a trompicones y dándome varios batacazos». En el camino adquirí este conocimiento, que ahora, tal vez, pueda servir a otras personas. Si hubiera sabido todo lo que sé ahora antes de ser madre, ¿acaso no habría cometido otros errores?”
Es probable que las dos lecciones más básicas que deba escuchar cualquier madre es que su instinto casi siempre es correcto y su culpa casi siempre es inútil.
Habla Silvia Nanclares en el prólogo del potencial político de esa culpa que tan a menudo sentimos las madres para utilizar la maternidad como transformación. Pero ¿cómo transformar esa culpa de parálisis en motor? ¿Cómo se transforma el dolor en herramienta?
Personalmente, tras la lectura, me quedo con una clave: a través de la desobediencia.
Profesionales que encuentran humanidad fuera de los protocolos. Madres que escuchan sus instintos y no los mandatos. Que encuentran un camino propio: que tienen en mente que lo que un bebé necesita, en primer lugar, es que su madre esté bien.
Ojalá conseguir que todas las madres lleguen a estarlo. O como mínimo, a saber lo importante que es y el derecho que tienen a reclamarlo.
Gracias, una y mil veces, por todo lo que has puesto de ti en los cimientos de ese escenario por el que, como comadres, seguiremos luchando.