
Apego, respeto y crianza: ¿sabemos de qué hablamos?
La crianza con apego está de moda. En los últimos años estamos revirtiendo la tendencia de las décadas anteriores y, por fin, volvemos a fijarnos en las necesidades de los bebés cuando hablamos de criar: por eso hablamos de crianza respetuosa.
Estamos aprendiendo a dejar de lado las “fórmulas matemáticas” de crianza, a no contar horas entre tomas ni veces que llora el bebé antes de atenderle.
Sin embargo, sigue habiendo una cierta confusión en torno a qué implica esta forma de criar más respetuosa con la infancia; y, sobre todo, una tendencia al extremismo que hace que muchas familias primerizas se sientan juzgadas y llenas de dudas.
¿Qué es el apego?
La teoría del apego (attachment theory) la formuló John Bowlby, psiquiatra y psicoanalista, quien trabajó sobre el tema en los años 50 y 60. Aportó una mirada revolucionaria, que prestaba una atención insólita a qué necesitan los bebés y a los efectos de satisfacer o no (y de qué manera) estas necesidades. De hecho el Día de la Crianza Respetuosa se celebra en su honor el 2 de septiembre en el aniversario de su muerte.
Su análisis, que añadía a su formación y trayectoria profesional el interés por la etología, concluyó que los bebés humanos, como mamíferos inmaduros, necesitan biológicamente una figura de apego: una persona que ejerce de cuidadora principal.
A partir de la relación que establecen con esta cuidadora (relación de apego) desarrollarán el concepto de sí mismos, las habilidades sociales e incluso expectativas acerca de cómo es el mundo.
Los tipos de apego
Esta relación puede facilitar el desarrollo (apego seguro), funcionando como una garantía de bienestar que anima al bebé a explorar el entorno que le rodea sabiéndose protegido por quien le cuida, o llegar a inhibirlo en cierta medida (apego inseguro; esta inseguridad puede manifestarse en forma ansiosa-ambivalente – si la criatura no sabe si puede confiar o no en quien le cuida, necesitando confirmarlo continuamente -, evitativa – si asume que no puede contar con la protección adulta – o desorganizada – si a consecuencia de esta falta de referentes adultos, porque los existentes son negligentes o amenazantes, no aprende a organizar sus emociones y se generan conductas disruptivas), en tanto que, al ser incapaces de sobrevivir por nosotros mismos, sin esa garantía de protección no tendremos interés por lo que nos rodea y aprenderemos a desconfiar de las demás personas, sobre todo en lo que se refiere a su capacidad de ayudarnos a satisfacer nuestras necesidades.
Apego y exploración
El apego seguro no consiste en “estar pegados”, sino en estar presentes. Las observaciones que permiten inferir qué tipo de apego tiene un bebé con su figura de referencia se basan no solo en cómo se comporta con ella, sino también en cómo se relaciona con el entorno cuando ella está presente frente a cómo lo hace si se ausenta (el famoso experimento de la situación extraña de Mary Ainsworth).
Un apego seguro genera en el bebé curiosidad y comportamiento de exploración, y desatender esa necesidad de irse alejando e interactuar con su entorno (mediante conductas sobreprotectoras) también es una forma de interferir en su desarrollo e ignorar sus necesidades. Ofrecer seguridad pasa también por garantizar una independencia acorde a las habilidades de la criatura.

¿Puede haber entonces una crianza sin apego?
Desde ese punto de vista, el apego forma parte inherente del desarrollo humano: vamos a buscar una figura cuidadora de referencia, y tendremos con ella una relación de apego, ya sea en una dirección o en la otra.
La confusión viene a partir del concepto de “crianza con apego” (attachment parenting), acuñado por el pediatra William Sears en los años 70, y popularizado en nuestro país en los 90.
Esta fórmula incluía varios mandatos claros; las 8-B (por sus iniciales en inglés): los vínculos desde el nacimiento (birth bonding), la lactancia materna exclusiva (breastfeeding), el porteo (babywearing), el colecho (beding close to baby), la atención al llanto (believe in the language of baby’s cry), desconfiar de los “adiestradores” (beware of baby trainers), el equilibrio (balance) y la corresponsabilidad (both parents).
A priori, hay poco que objetar a estas pautas: suenan bien y parecen estar orientadas a una adecuada relación entre el bebé y el resto de la familia. De hecho, la lactancia facilita el vínculo entre madre y bebé (y el colecho facilita la lactancia), el porteo puede ser una forma muy útil de calmar a una criatura, y los progenitores no gestantes desarrollan sus habilidades parentales conforme más se relacionan con el bebé, aprendiendo a entenderse cada vez mejor, con lo que es la implicación lo que les hace más hábiles y más capaces de convertirse en una figura de apego principal.
Considerando la época en que se formula este concepto, es una ruptura clara con las “crianzas cronometradas” que pautan horas para comer y dormir (el famoso método Estivill), desatendiendo las señales de que el bebé no está a gusto con estas rutinas y enseñándole una autonomía para la que biológicamente no está preparado.
Sin embargo, se presta muy poca atención a una de las B más importantes para el bienestar de toda la familia: la del equilibrio.
El apego sí tiene una fórmula básica
Crear una relación de apego seguro se sustenta en un solo ingrediente: el bebé siente que sus necesidades son atendidas por quien le cuida.
Así de fácil… o de complicado.
Porque si en esa atención a sus necesidades la figura de cuidado se olvida de las suyas propias, va a ser muy complicado que le dé al bebé lo que necesita.
¿Qué necesitas tú para que el llanto de tu bebé no te ponga los nervios de punta, sino que te anime a cogerlo en brazos con una sonrisa y observar con atención cómo puedes hacer que se sienta mejor?
Pocos métodos de crianza se centran en esta pregunta.
Si das el pecho aunque te haga sentir terriblemente mal, si el colecho no te deja dormir, si portear te genera dolores… ¿crees que vas a poder atender con serenidad a tu bebé? Porque eso es lo que va a marcar la diferencia real y a ofrecerle seguridad en vuestra relación de apego.

La crianza respetuosa va en las dos direcciones
Los bebés se contagian de nuestras emociones. Ese mecanismo les permite conectar con nuestros estados de calma y alerta, para estar prevenidos ante una amenaza.
Aprenden a sonreír gracias a nuestras sonrisas, a hablar escuchándonos, a interesarse por el mundo a través de nuestros ojos.
No podemos pedirle a un bebé que duerma toda la noche o que entienda los horarios de trabajo en los que no puede interrumpir: simplemente, no tiene la madurez suficiente.
Vamos a ser mucho más eficaces contra las rabietas si aprendemos a acompañar las emociones de nuestra criatura y a comunicarnos con ella de igual a igual que a través de órdenes que no comprenden o gritos que terminan por imitar.
Pero para poder hacer todo esto necesitamos conectar también con nuestras propias emociones y atender nuestras necesidades, siendo conscientes de que eso no es descuidar las suyas.
No dejarnos dominar por el cansancio, la inseguridad y el peso de la responsabilidad y mantener espacios donde podamos estar en calma y disfrutar de nuestra propia compañía.
En la infancia aprendemos de lo que vemos. ¿Estás mostrándole a tus hijos o hijas cómo querrías que se cuidaran cuando lleguen a la edad adulta?